lunes, 8 de agosto de 2011

Pasión

Dicen que todos nacemos con una vocación especial por algo. La indiferencia puede manifestarse repetidas veces, pero, al final, acaba brotando nuestra vena más apasionada. Aquella que dicta qué es lo que produce locura y fervor en nosotros, lo que nos consigue sacar una sonrisa, o más fácil: lo que amamos.
No quiero que confundáis vocación con amor. O sí, en toda vocación hay amor por algo. Lo que quiero decir es que, en el caso de amar a una persona (que nos puede producir locura y fervor, sacarnos una sonrisa, amarla con todas nuestras fuerzas) no hablamos de vocación, sino de amor puro. Pero eso ya es otro tema.
La vocación está relacionada con la dedicación. Tener vocación por algo es sentir que se ha nacido, indudablemente, para hacer una determinada cosa. Un futbolista de un equipo de categorías inferiores puede saber que no aspirará a mucho más de donde está, que no será una superestrella del fútbol, ni saldrá en la portada del Marca, ni jugará una final de la Champions League. Pero el simple hecho de practicar el deporte que más le gusta, aquel para el que ha nacido, le produce la máxima satisfacción que puede alcanzar el ser humano: la de sentirse realizado.
Hacer o dedicarse a algo que no se corresponde con vuestra auténtica y verdadera vocación puede resultar frustrante. He de decir que en este apartado de mi exposición tendría bastante de lo que hablar, pues la experiencia propia es un vivo ejemplo de esto. Pero no me voy a poner aquí a contar mi vida...
Mi consejo es que, si queréis algo con todas vuestras fuerzas, luchéis como nunca por conseguirlo. Si es lo que realmente amáis, adelante. No hay vocación sin amor. Intentad que vuestra vida consista en hacer lo que amáis. Y si en todo caso no lo conseguís, tratad de amar lo que hacéis.