domingo, 30 de diciembre de 2012

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Hoy, a día 30 de diciembre, hay algo que me impulsa a hacer lo que siempre hago en estas fechas: ante la llegada inminente del 2013, me siento ante el teclado del ordenador y me pongo a escribir lo más destacado de estos últimos 365 días.
No pretendo engañar a nadie: 2012 no ha sido, ni por asomo, el mejor año de mi vida, ni tan siquiera uno de los mejores. Pese al balance, puedo decir que ha sido un período de tiempo en el he aprendido muchas cosas y me he visto, por primera vez en mucho tiempo, cambiada a nivel físico y psicológico.
Quizás la palabra que mejor defina todo este oasis de experiencias y sensaciones sea la de "contrastes". Días de sombras mezclados con otros de luz. El blanco y el negro, el gris de la sonrisa que oculta la tristeza, el éxtasis de una carcajada espontánea y profesada con ganas. Los errores, los arrepentimientos, los suspiros. Las esperanzas puestas en algo que nunca llegó. Las consecuencias. La ilusión de empezar algo nuevo, las ganas de mejorar día a día. La soledad. La comodidad, la sensación de estar en el mejor lugar posible. La impotencia. Las luchas internas. Las noches sin dormir. Personas que aparecen en tu vida y la mejoran. Personas que desaparecen, otras que seguirán ese camino. Los celos. Soportar lo que creías insoportable. La distancia, el tiempo. Las noches de diversión. Los nervios...el miedo.
Es este cúmulo de emociones el que me ha hecho aprender de mis errores, aceptar que hay cosas que no dependen completamente de mí, que tengo que cambiar mi actitud ante determinadas situaciones. Es ahí cuando me paro, reflexiono, miro a mi alrededor y veo que estoy rodeada de, probablemente, las mejores personas que puedo tener en mi vida. Y esa es la luz que acaba con todas las sombras.
Lo que le pido al año nuevo es un poco más de luz que de sombra, seguridad, paz interior y energía positiva. Y ya es mucho pedir.

¡Feliz 2013!