martes, 29 de marzo de 2016

M

Miles de tardes al sol corriendo por aquella playa, tirando arena, respirando sal. La infancia era aquello que nunca se acababa, y en realidad así es, porque, siendo por inmadurez o por ingenuidad, siempre llevamos un trozo de niño dentro.

Te aventuraste en aquel océano de posibilidades, un barco que recorrería medio mundo en busca de un futuro mejor. Pasaron tempestades, desafiaste la furia de las más grandes olas y, qué irónico, lo único que te hizo perder la cabeza en vida fueron aquellos ojos. Aquella voz.

No fue casualidad que aquel amor fuera como el canto de una sirena, la dulce voz que atrae a los marineros sin éstos saber que la verdadera intención de aquellas mujeres era buscar su perdición. Te la buscaron.Y la encontraste. 

Lo que aquí dejaste, se queda para siempre.





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